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El terror en el que andamos

Por Exequiel Arias para El Diario del Juicio
- “¿Jura usted por sus creencias decir verdad de lo que supiere y le fuera preguntado?”
- “Juro por la memoria de mi hermana. No tengo una creencia particular.”
Ph Elena Nicolay

Con esa respuesta, Mercedes Beatriz González dio inicio a su declaración en la que le relató al Juez Casas y el resto del tribunal, todo lo que sabía sobre la desaparición de su hermana, Olga Cristina González. La testigo contó que, hacia el año 1975, vivía en Tafí Viejo junto a su madre, su padre y dos hermanos, Germán (h) y María del Carmen. Por su parte, Olga Cristina se había mudado en el año ‘73 a San Miguel de Tucumán y vivía en un departamento que compartía con Maurice Jeger. Estudiaba la carrera de psicología y trabajaba en la librería de compañero. Su hermana la describió como una persona "muy humana y de profundas convicciones políticas". De hecho, relató que la pareja militaba en el PRT desde hacía varios años. La relación de Olga y Maurice, según el relato de la testigo, significó un conflicto en el entorno familiar, ya que el padre de Olga Cristina no aprobaba ni la pareja ni el hecho de que vivieran juntos. "Fue un quiebre en la familia", expresó Mercedes. Sin embargo, narró que en diciembre del ‘74, unos meses antes del secuestro, Olga y su padre finalmente se reconciliaron.
El secuestro de Olga y Maurice se produjo en la madrugada del 8 de julio de 1975. Dos días antes, Olga había recibido la visita de sus hermanas y su mamá en aquel departamento de General Paz 1013. Mercedes recordó que ese día hizo mucho frío, y que Olga sugirió que fueran al Parque 9 de Julio para tomar un poco de sol, antes que anochezca. "Hoy entro en el cuarto mes", había dicho Olga mientras se tocaba la panza; su embarazo recién se asomaba y era poco notorio.
Durante la mañana del día en el que se produjera el secuestro de la pareja, llegó a la casa de Tafí Viejo la empleada doméstica de Olga. Esta señora -llamada Carmen, cuyo apellido la testigo no logra recordar- había ido al departamento a trabajar como de costumbre, pero al llegar se encontró con la puerta abierta y el interior desordenado. De inmediato, su padre se trasladó al departamento para corroborar lo que Carmen había relatado. Una vez allí, se encontró con la casa dada vuelta y con claros signos de haberse dado una situación violenta. El padre observó también que se había registrado el estudio de Maurice, donde había varios libros, discos y escritos desparramados por todo el recinto.
Mercedes contó al Tribunal que fue su padre, Germán González, quien se encargó de la búsqueda de Olga Cristina. Conversó con vecinos, un joven matrimonio chileno, quienes le contaron que aquella noche, alrededor de las tres de la mañana, escucharon fuertes golpes en el departamento y que, acto seguido, se cortó la luz. "Maurice, los documentos y las llaves" habría exclamado la voz de Cristina. La mencionada pareja también le contó que vieron a través de la ventana dos vehículos estacionados en la vereda, uno militar y uno particular. Germán, a quien Mercedes describe como una persona instruida y militante, investigó y consultó con amigos cercanos sobre cómo proceder ante esa situación. Así fue que tramitó la presentación de un hábeas corpus ante el cónsul francés y realizó la denuncia formal en una comisaría, ambas acciones que no obtuvieron resultado. Además, se contactó con amigos de Maurice y averiguó en el periódico La Gaceta –donde este último trabajaba como corrector de pruebas-  si tenían algún tipo de información sobre el paradero de la pareja. Allí es donde conoció al fotógrafo Edmundo Font, quien le comentó que había visto a Olga Cristina en la “Escuelita”, mientras cubría el acto por el Día de la Independencia en la ciudad de Famaillá, el 9 de Julio. Este dato alentó a Germán, quien renovó las esperanzas de encontrar con vida a su hija. Sin embargo, al poco tiempo, un vecino de Tafí Viejo -Hugo Díaz, detenido y desaparecido tras la segunda detención- le aseguró que Cristina estuvo en la Escuelita sólo por una semana.
A pesar de todas las dudas que le generó la última información recibida ("¿Qué significa esto? ¿La llevaron a otro lado? ¿La mataron?"), su padre continuó la búsqueda. Incluso, en el año 1976 y luego de muchas gestiones, llegó a entrevistarse con Antonio Domingo Bussi. "Si usted busca al francés y a su esposa, mejor vaya a su casa y cuide de los hijos que le quedan" le había dicho el genocida, quien por ese entonces había sido nombrado gobernador de la provincia. Mercedes recuerda que esa fue la primera vez que vio a su padre llorar, y que ese acontecimiento fue decisivo para la familia, ya que entendieron que jamás volverían a ver a Olga Cristina.
"Mi papá decidió silenciarse"
Emocionada, Mercedes relató al tribunal que, luego de la infructuosa búsqueda de su hermana, el entorno familiar terminó derrotado. "La familia implosionó. Mi madre quedó disfónica, y aseguraba que masticaba la comida pero que no la podía tragar. No hablaba. La llevaron a Buenos Aires y allí realizó un tratamiento psiquiátrico y psicológico", contó. Con respecto a su padre, dijo que al poco tiempo de su entrevista con Bussi, el hombre se hundió en el silencio. "No quería hablar, empezó a quedarse callado mucho tiempo", dijo y agregó "mi papá era una persona que hablaba todo el tiempo, se nota que había llegado a un límite". Mercedes aseveró que la salud mental y física de su padre se deterioró al cerciorarse de que no volvería a ver con vida a Olga Cristina. Además, enfatizó que lo que más atormentaba al padre era el hecho de no saber qué sucedió con los restos. "Se imaginó todas las muertes posibles de su hija", concluyó Mercedes.
La testigo agregó que realizaron muchas gestiones para encontrar al niño o niña que Olga Cristina pudiera haber dado a luz, también sin resultados. Finalizó su declaración con la lectura de un poema de Juan Gelman, poeta argentino que fue perseguido por sus ideas durante la dictadura. El poema, que figuraba en una pizarra del departamento de Olga y Maurice al momento del secuestro, se llama "El juego en el que andamos", y reza:
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta inocencia de no ser un inocente,
esta pureza en que ando por impuro.

Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,
esta esperanza que come panes desesperados.

Aquí pasa, señores,

que me juego la muerte.

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